Silencios que saben a gloria y cafés amargos, acompañan mis tardes de pensamientos eternos mientras el día se acaba y la noche me alcanza.
Siempre quise susurrarle al oído mis temores más absurdos, compartir mis sábanas y mi pijama. Ahora lloro porque quiero y lo deseo pero puestos a elegir preferiría estar recorriendo con mi mano todo tu cuerpo.
Por eso, ahora que sé que nadie puede oírme enciendo el reproductor de CD y dejo que la canción más triste me recorra el alma. Me dirijo a la ducha y mientras mis penas se van por las cañerías intento cantar la canción, que suena como el grito de un fantasma en pena. No puedo, porque soy incapaz de pensar. Salgo de la ducha e intento secarme envolviéndome en el albornoz, aquel que una vez usé en una ocasión tan especial como esta. Es curioso pero siempre que pasa algo de esto, hago exactamente lo mismo. Por eso me tumbo en la cama para poder dormir y olvidar, sin intentar soñar.